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Enclavada como una joya preciosa en medio del resplandeciente entorno de La Marina Baixa, en Alicante, Benidorm se erige como un tesoro inigualable entre los destinos turísticos que adornan la Costa Blanca. Esta ciudad costera, acariciada por las cálidas brisas del Mediterráneo, despliega su encanto a través de una sinfonía de colores y experiencias que se entrelazan en un lienzo perfecto de ocio y relajación.
Desde el primer instante en que se pisa Benidorm, los sentidos se envuelven en una mezcla intrigante de lo antiguo y lo moderno. El casco antiguo, como un vigilante del tiempo, se asienta sobre un promontorio que parece desafiar las eras que han pasado. Sus calles estrechas y empedradas, desgastadas por los pasos de generaciones pasadas, cuentan historias de antaño: historias de pescadores valientes y comerciantes intrépidos que alguna vez poblaron este rincón marítimo. En el corazón de este pasado vibrante, los tesoros culturales aguardan pacientemente su redescubrimiento. Al adentrarse en la calle Mayor, la plaza de Canalejas y la del Castillo, los visitantes se transportan a épocas ya pasadas, donde la esencia de la ciudad comenzó a forjarse.
Mientras tanto, en armonía con el paisaje, la modernidad se alza majestuosa en rascacielos que rozan el cielo. Las avenidas anchas, llenas de vida y movimiento, se extienden como un abrazo hacia las playas que han cimentado la fama de la ciudad. A lo largo de cinco kilómetros de litoral, una sucesión de maravillas naturales espera ser explorada: desde la radiante playa de Levante al norte, hasta la apacible y serena playa de Poniente al sur.
La playa de Levante, como una doncella dorada, se extiende con gracia a lo largo de más de dos kilómetros de arena fina y dorada. Es un escenario idílico para un baño refrescante en las aguas cristalinas del Mediterráneo, o para aventurarse en las múltiples actividades náuticas que aguardan a los intrépidos: desde el buceo en las profundidades marinas para explorar los secretos que el océano esconde, hasta deslizarse sobre las olas en una tabla de windsurf, dejándose llevar por la fuerza del viento y la danza del agua.
Al sur, la playa de Poniente se despliega con una serenidad que invita a la relajación. Tres kilómetros de costa se transforman en un refugio perfecto para aquellos que buscan la tranquilidad del sol y las olas acariciantes. En medio de este paraíso de sol y mar, la pequeña Cala de Mal Pas brilla como un tesoro escondido, un rincón de belleza incomparable que hace latir el corazón de los románticos y aventureros por igual.
Más allá de las playas que acunan sus costas, Benidorm es un caleidoscopio de experiencias. Sus rascacielos, que se alzan como guardianes del firmamento, han otorgado a la ciudad una distinción que rivaliza con las metrópolis más icónicas del planeta. Sin embargo, entre las alturas y la costa, aún pervive el espíritu marinero de tiempos pasados. En la plaza de San Jaime, la Iglesia de San Jaime Apóstol y Santa Ana alza sus cúpulas azuladas hacia el cielo, como buscando conectar con lo divino. Por su parte, el ayuntamiento, un rascacielos horizontal en sí mismo, exhibe con orgullo los nombres de los ciudadanos más ilustres, como un recordatorio de la historia que ha moldeado a esta comunidad.
El sol, el cómplice eterno de Benidorm, inunda la ciudad con su radiante presencia más de trescientos días al año. Desde el bullicio del día hasta la magia envolvente de la noche, los paseos marítimos cobran vida. Las terrazas y restaurantes, como faros de diversión y sabor, salpican las aceras, ofreciendo no solo delicias culinarias, sino también un espectáculo vibrante de luces y sonidos que se fusionan en un abrazo embriagador de diversión y alegría.
Y cuando el sol finalmente cede su lugar al ocaso, las luces de la ciudad destellan como estrellas en la noche. Los rascacielos, ahora radiantes joyas de cristal, se iluminan, proyectando su brillo en el horizonte. Las calles del casco antiguo se impregnan de misterio y encanto, convirtiéndose en un callejón del tiempo donde parece posible perderse en la historia misma de la ciudad. Y la vista desde el mirador en la plaza del Castillo se transforma en un portal hacia el mismo Mediterráneo, un espejo de luces que refleja la vastedad del océano y la grandeza del mundo.
Así, en esta ciudad de contrastes y armonías, cada rincón es una historia por contar, una experiencia por vivir. Benidorm, con sus playas doradas como tesoros ocultos, sus calles empedradas que exhalan historia y sus rascacielos desafiando las alturas, te invita a sumergirte en un mundo de emociones intensas, sabores exquisitos y maravillas que te acompañarán mucho después de que el sol se ponga en el horizonte, dejando atrás otro día lleno de recuerdos inolvidables.